-¡Dame la Palabra!
Yo te exhorto
en esta
sobreabundancia
de sonido…
En esta
pausa mía
fría, distante
desafiando
-intimidando si
pudiera, incluso-
a tu conforme
silencio.
En este
instante
inhóspito
increpándote
que me devuelvas
que me des
un bien escaso.
Un bien,
mi bien.
Valioso y
tan preciado.
Dámela y
después
abandóname
si quieres.
Niégame lo
que se te antoje:
la Verdad,
tu ayuda,
la misericordia…
retírame los ojos
y la saliva de tu boca.
Pero no,
eso nunca.
eso No…
Te lo estoy
rogando
a las puertas
del colapso,
del impulso
criminal
contra mi inercia…
Te apelo,
con el mundo
-o con la muerte-
entre las uñas,
amado mío, a ti
te imploro:
Dámela.
Dame la palabra
(Devuélveme
la esperanza.)