Aguijoneada
y
henchida
me
dejaste
la
otra noche.
Yo
era
dos
cuencas oculares
volcándose
a
destiempo
del
susto,
amoratadas.
Dos
globos,
desinflándose,
atados
a
una cuerda áspera.
-anclados
a la tierra-
esclavos
de
la ingravidez robada.
Yo
era
metamensajes
en
mi mente,
deseos
todos
mudos.
Una
energía bullendo
pero
apresada.
Yo
era un loco
que
se mira
en
un espejo
cuando
mira lo que anhela
y
no lo alcanza.
Yo
era ganas
de
comerte,
de
contarte
las
costillas
con
los dedos.
Yo
era un
léeme
la mente,
o
un “tonto
el
que lo lea”
y
“acércame
las
manos”
como
si agarrásemos
ambos
un
cuchillo:
yo
el filo
y
tú el mango.
Yo
era
tan
sólo un bulto
tan
minúsculo
jugando
a ser
un rombo
perdiéndose
en el tiempo.
Venciendo
la inventiva.
Mendigando
a
las puertas
de
un banquete.
Yo
era todo el miedo,
era el fracaso
antes
de quitarse
la
careta.
Yo
era un ansia
en
su juego silencioso.
Soy
ahora dos ojos
que
se duelen
de
no tener
bocas
minúsculas
para
hablarte.
Y
tú.
La
otra noche
lo eras todo.
Una
risa enfática
y templada,
una
puerta abierta
a
un cuerpo
de atracciones.
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