Mis dos manos
ahuecaron
canas
teñidas de amor
y
un pecho amputado
pude estar en un lugar
-que es mío-
y, al tiempo,
no haberme movido
de casa
siempre
me desplazaba
/cuando
la penumbra
era ese escondite
en el que apagarse
para no ser vista/
y no quedaban
ni respiración
ni carne
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